Hitler y la masonería



Adolf Hitler, en su libro "Mi Lucha" (Mein Kampf), decía: la masonería ha sucumbido a los judíos y se ha convertido en un excelente instrumento para combatir por sus intereses y para usar sus hilos para tirar del nivel superior de la sociedad en pro de sus designios y La parálisis general del instinto de auto-preservación nacional de la sociedad empezó por causa de la masonería.

En 1937 el régimen nazi denomina a la Masonería como enemiga del estado, prohibiendo con ella todas las sociedades secretas. Asimismo también fue prohibida en todos sus países aliados o bajo su control. El régimen de Francisco Franco también la prohibió y además logró infiltrar en esta organización a un espía que llegó a ser su Gran Maestre, su jefe supremo. Era un militar de la Academia de Zaragoza que informaba de quién era masón. Al igual que en la Alemania hitleriana se hablaba de un contubernio judeo-masónico-comunista.

La Masonería Alemana ocupaba el segundo lugar en importancia a nivel mundial, dado que contaba con 690 logias y 70.000 masones aproximadamente. A la Masonería en casi toda Europa, le son confiscados sus archivos, propiedades y son destruídos sus templos. Comenzaron también los arrestos y las muertes, como la de Gaston Delaive, Gran Maestro de Bélgica, el cual fue decapitado con una hacha por los nazis en Brunswick. Muchos masones fueron enviados a campos de concentración y muertos por pelotones de ejecución. Entre 80.000 y 200.000 masones fueron enviados a campos de concentración por ser masones y muchos de ellos exterminados, según los registros de la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA o Reichssicherheitshauptamt).

Para el Führer la masonería era un instrumento de control mundial en manos de los judíos. Heydrich era el segundo al mando de las SS. Para la tarea escogió a un joven prometedor, aunque sin demasiada experiencia. El elegido había desempeñado trabajos de administrativo en el recién inaugurado campo de concentración de Dachau, aunque quería prosperar y hacer carrera dentro del Partido Nazi. Su nombre era Adolf Eichmann. Eichmann, el nombre más odiado por los judíos después del de Hitler. El arquitecto de la solución final, el responsable de la muerte de seis millones de personas durante el Holocausto, era en 1933 un joven sin demasiado futuro que se enfrentaba casi por casualidad a un reto importante. Heydrich le encargó recabar toda la información posible sobre los masones en Alemania y que lo hiciera siguiendo un peculiar sistema de clasificación por fichas que luego sería la base del omnisciente conocimiento que las SS tenían sobre los ciudadanos alemanes. El inexperto Eichmann se reveló como un hombre increíblemente eficaz. En pocos meses reunió decenas de miles de fichas sobre masones, un logro que sorprendió a los jerarcas nazis. La masonería era una sociedad secreta y la identidad de sus miembros, un misterio. Eichmann habló de varios informantes dentro de la Orden, especialmente uno de muy alto rango al que llamó “el traidor”.

Hasta aquí llegan los hechos probados. Según reveló la revista Más allá lo que ocurrió después pertenece al ámbito de la leyenda.

Entre los masones de Alemania y buena parte de los masones de alto rango del mundo circula una historia que afirma que hubo un gran maestro que vendió a todos los masones de Alemania. Cuenta Juan Gómez Jurado Álvarez que un librero gallego le contó una intrigante historia, que sin poseer todas las pruebas de la certeza, bien pudiera haber sido real.

El padre del librero, el marinero Pereira se encontraba haciendo la mili en la Armada en marzo de 1941. Su vida transcurre tranquila a bordo de la patrullera Esperanza, en la que él y otros siete hombres recorren a diario la frontera entre Europa y África. Un lugar muy transitado en mitad de la II Guerra Mundial. La condición de España de país neutral da sin embargo seguridad al ejército de Franco. Pero en el mar siempre acecha el peligro y una marejada repentina comenzó a agitar la patrullera en la que viajaba Pereira. En medio de todo esta peligrosa tormenta, aparece una pequeña embarcación con cuatro hombres gritando desesperados. Acercarse a aquella parodia de embarcación era peligroso, pero tras mucho esfuerzos y riesgos consiguieron salvar a los ocupantes. Los cuatro naúfragos, altos y rubios, de aspecto nórdico, estaban aterido de frío y calados hasta los huesos. Hablaban alemán y muy asustados y por señas, pidieron al capitán que no les llevase a España, sino a algún puerto desde el que pudieran llegar a América. El capitán se negó, temeroso en un principio, y mandó atar a los náufragos en la bodega. Pero, convencido por Pereira, les liberó, fingiendo una huida, y para que pareciera más real, el propio capitán golpeó a Pereira.

Diez años después, en 1951, Pereira se encuentra en La Paz (Bolivia), haciendo las Américas con una ambiciosa empresa con varios españoles: explotar una antigua mina de oro. En una taberna en la ciudad vieja, junto con sus socios y trabajadores beben unas cervezas, cuando un hombre se dirige a Pereira y le dice en castellano con acento extranjero que fue el hombre que diez atrás le salvó la vida en el Estrecho de Gibraltar, se lo agradece de palabra y le pide cien dólares de préstamo hasta el día de mañana, dejándole como prenda un emblema de oro macizo, con un diamante incrustado. Se queda atónito. Al alemán no lo vuelve a ver y dos semanas después estalla en el país una revolución que pretende expulsar a los extranjeros. Con dificultades y riesgo de su vida, Pereira y sus compañeros logran llegar a un campamento estadounidense y con una avioneta lograrán salir del país.

Pereira falleció en 2006, a los 80 años. Nunca supo quiénes eran aquellas personas a las que había rescatado y a cuyo cabecilla se había encontrado de tan extraña manera a 6.000 km del lugar donde le vio por primera vez. Pero durante toda su vida conservó la joya que este le había entregado. Con el paso de los años fue averiguando poco a poco nuevos datos sobre ella. El águila bicéfala y el triángulo invertido con el número 32, asociado a la cruz teutónica, daban pistas de que aquello era un símbolo masónico. Un joyero independiente tasó el valor de los materiales en unos 4.000 euros. Pero no fue hasta 2004, dos años antes de su muerte, cuando las piezas del puzzle encajaron en su sitio, y fue gracias a su hijo Juan Carlos, que le enseñó la joya a un conocido experto en masonería internacional.

¿Esta joya era el famoso emblema del traidor? Un antiguo masón que se había apartado de la Orden por diferencias con sus hermanos.

Mas detalles de esta historia pueden consultarse aquí:

http://www.masalladelaciencia.es/hemeroteca/hitler-contra-la-masoneria_id30532/hitler-contra-la-masoneria_id1192514.html

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