S & P amenaza con rebajar la calificación crediticia de 15 países del euro, antes de la decisiva cumbre de la que depende el euro, la cohesión europea, la crisis a nivel mundial y la estabilidad a nivel planetario.
Y se quedan tan anchos. No extraña que el líder de los ministros de finanzas de la eurozona haya dicho que esto no puede ser casual.
Las agencias de calificación, en teoría, cumplen un papel importante porque advierten de los riesgos financieros, pero muchas de sus meteduras de pata y otros movimientos extraños, que no parecen casuales, las están sumiendo en el desprestigio. Además, hoy por hoy, no valen para nada, porque los mercados son los que dan las calificaciones. Y si en ellos se especula, es porque los gobiernos dan margen para ello. A veces, su actitud se podría calificar como lo que antes se llamaba correveidiles, cotillas o, en la versión moderna, del inigualable José Mota, la vieja'l visillo.
Son parte del problema porque en 2008, tras la brutal quiebra de la entidad financiera Lehman Brothers, cuarta en tamaño en Estados Unidos, mantenía la más alta calificación crediticia. Seguro que muchos de sus perjudicados se han acordado de las agencias de calificación y su contribución a la crisis.
Que si la hija del del cuarto está enrrollada con un separado que tiene dos hijos y la del tercero, esa madura despampanante, se acuesta con varios hombres que suben al piso, y al final resulta que el separado que tiene dos hijos es su compañero de trabajo y los hombres que suben al piso de la del tercero son estudiantes que la mujer se ha obligado a alquilar a habitaciones porque esto de la crisis es lo que tiene.
Solución: hacer como si no existieran. Afortunadamente, sus opiniones cada vez valen menos. Lo que se necesita en la crisis es confianza y no cotilleos.
Jaime Arroyo
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