Catetos envidiosos y miserables
El Banco de España aconseja que los sueldos privados desciendan como lo han hecho los públicos, de los que se estima que el descenso de poder adquisitivo en la última década es cercano a un treinta por ciento. Lo lógico, lo deseable y lo normal, es que todos los trabajadores, tanto públicos como privados se uniesen y dijesen que ya está bien de tanta tomadura de pelo, que si hay que ajustarse el cinturón, nos lo ajustamos todos. Pero todos, empezando por la clase política y los altos dirigentes económicos, que son los primeros que tienen que dar ejemplo.
Pues no. Al principio, cuando la bajada de los sueldos públicos, unos se alegran porque son unos “chupópteros”, “ganan más que nosotros” y unos “enchufados”. Y ahora, cuando se pide la bajada de los sueldos privados los otros se alegran, porque son unos “defraudadores de impuestos”, “ganan más que nosotros” y unos “enchufados”. Y, a su vez, se habla de los empresarios, aunque sean pequeños autónomos, como “sinvergüenzas”, “defraudadores de impuestos” y “ganan mucho más que nosotros”.
Y mientras tanto, los políticos con sus prebendas y los banqueros con las suyas. Ambos con jubilaciones millonarias y las risas de ver como la plebe se da de palos entre ella.
En vez de exigir políticos responsables, banqueros profesionales (que ambos son muy necesarios), empresas más competitivas, servicios públicos mejores, más riqueza y creación de empleo, repartida en mejores sueldos, no, exigen que al vecino que tiene un coche algo mejor que el mío, le peguen un viaje al sueldo o si tiene un pequeño negocio que le vaya mal, para que así seamos más iguales. Eso sí, igualdad siempre por debajo, nunca por arriba, pedir que todos estemos fastidiados, que mal de muchos consuelo de tontos. Igualarnos todos por arriba y remar todos al unísono, no, que eso suena a patrotismo, que es algo pasado de moda.
La envidia es el pecado capital del español, defecto estéticamente feo. La lujuria es festiva y la avaricia tiene su punto divertido, pero la envidia es más fea que el sobaco de una cucaracha. Y se disimula muy mal. La envidia hasta huele.
Somos un país de catetos envidiosos y miserables. Catetos que se pegan a palos por pedazos de miseria, mientras otros se lo llevan crudo delante de sus narices.
Pero no todos los españoles son así. Afortunadamente. Es cierto que los catetos de miseria moral y envidia son muchos más de los que debería haber, pero no son mayoría, porque sino hacía tiempo que este país se había ido al carajo.
Hay gente inteligente que se preocupa de que a ellos les vaya bien y si les puede ir bien a los demás, mejor, que algo caerá. Gente que va a trabajar intentándolo hacer lo mejor posible, aunque las cosas pinten mal. Gente en paro que no pierde la esperanza e intenta no amargar a los que tienen alrededor a pesar de estar destrozados por dentro. Gente que se arriesga y monta una empresa. Gente que no está continuamente echando a otros la culpa de sus desgracias. Gente que reivindica sus derechos con la razón y el corazón, pero nunca con la bilis.
Viven a nuestro alrededor. Son héroes anónimos. La cajera del supermercado que nos atiende con una sonrisa después de llevar en la caja horas sin parar. El personal sanitario que está salvando vidas. El autónomo que no duerme pensando en afrontar los pagos que le vienen encima. El profesor que intenta enseñar a unos adolescentes alterados. El albañil que pasa frío en lo alto del edificio, rogando que este trabajo le dure lo más posible. Todos trabajan para que esto no se venga abajo. Creen en un futuro mejor, para ellos, los suyos y para todos y nunca se alegran del mal ajeno.
Por ellos sí merece la pena ser español.
Jaime Arroyo
Por ellos sí merece la pena ser español, pero no por tantos malnacidos como por desgracia hay en este país. Buen artículo
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