La combustión espontánea humana. ¿Crimen encubierto, explicación científica o hecho paranormal?



¿Qué es la combustión espontánea humana?

Se usa el término combustión espontánea humana para describir los casos de incineración de personas vivas sin una fuente externa de ignición aparente. Aunque existen multitud de hipótesis sobre la combustión espontánea, la posición mayoritaria es de escepticismo sobre la propia existencia del fenómeno. Los defensores de la existencia de este fenómeno contabilizan alrededor de 200 casos documentados desde el siglo XVIII. Pero en la mayoría de los casos apenas hubo una investigación sobre las circunstancias que lo rodearon, y muchos de ellos se basan en testimonios de segunda o tercera mano y se carece de datos tan básicos como el nombre de la víctima o la fecha del incidente.

Si bien existen casos anteriores, el primer caso documentado de muerte atribuida a la combustión humana espontánea con fecha conocida es el de Nicolle Millet, que ocurrió en 1725. El caso fue recogido por el francés Jonas Dupont en el libro De Incendiis Corporis Humani Spontaneis (Sobre el fuego espontáneo en el cuerpo humano). La víctima había sido hallada quemada en una silla sin signos de haber sufrido el fuego. Durante el juicio, un joven cirujano llamado Nicholas le Cat convenció al jurado de que la muerte de la mujer era un caso de combustión humana espontánea. El acusado, su marido, fue declarado inocente y el jurado dictaminó que la mujer había muerto por la visita de Dios.

En 1731, otro caso, el de Cornelia Zangari di Bandi, Condesa de Cesena, se hizo famoso al haberlo citado el novelista Charles Dickens en el prefacio de su novela Bleak House (Casa desolada). La condesa había estado bien todo el día, pero durante la cena se encontraba embotada y con pesadez. La doncella la acompañó a su habitación y, al día siguiente, al no levantarse a la hora habitual, fue a despertarla y encontró los restos de la condesa. Según el relato, la habitación se encontraba llena de hollín. El cuerpo de la condesa había sido reducido a un montón de cenizas que se encontraba a poco más de un metro de la cama, aunque sus piernas y parte de su cabeza se encontraban relativamente intactas. La cama y el resto del mobiliario no habían sido afectados por el fuego, pero estaban cubiertas por una capa grasienta y maloliente. En el suelo se encontró una lámpara de aceite cubierta de cenizas, pero sin aceite. La forma en la que se encontraron las sábanas parecía indicar que la condesa se había levantado en algún momento de la noche.

El interés popular por la combustión espontánea humana decayó durante el siglo XIX y la primera parte del XX, pero en 1951 tenemos el caso de Mary Reeser, viuda de 67 años con problemas de sobrepeso, residente en St. Petersburg, Florida. La última vez que se la vio con vida fue el 1 de julio de 1951, cuando su hijo y su casera estuvieron con ella por la tarde. Ese día, a las 5 de la madrugada, la casera se despertó por un olor a quemado pero, pensando que se trataba de una bomba de agua que se había recalentado, la apagó y volvió a la cama. Por la mañana, recibió un telegrama dirigido a la señora Reeser. Cuando fue a entregárselo, notó que el picaporte estaba caliente, por lo que, alarmada, fue a pedir ayuda. Al entrar en la casa, junto con dos pintores a los que pidió ayuda comprobó que los 75 kg de la víctima se habían reducido a cenizas y sólo su pie izquierdo era identificable. Todo el apartamento mostraba daños por calor por encima de los 1,2 m de altura. Su hijo declaró que, cuando la dejó, se encontraba fumando un cigarrillo y se había tomado dos cápsulas de un barbitúrico llamado Seconal. El informe de la policía concluyó que Mary Reeser se había quedado dormida con un cigarro encendido, que éste prendió su bata y el cuerpo se consumió por la combustión de sus tejidos grasos.

En 1966 se da otro caso, el del Dr. John Bentley, cirujano retirado de 92 años. El 4 de diciembre de 1966 unos amigos estuvieron de visita en su casa y se fueron alrededor de las 9 de la noche. A la mañana siguiente, un empleado de la compañía eléctrica fue a revisar el contador del Dr. Bentley, dado que Bentely tenía problemas de movilidad y sólo podía andar con su andador, tenía permiso de éste para entrar en el sótano siempre que fuera necesario. Cuando bajó al sótano, notó un extraño olor y un hollín azulado, por lo que subió al piso a investigar. El dormitorio estaba lleno de humo, y en el cuarto de baño encontró los restos de John Bentley. Lo único que quedaba de él era un montón de cenizas y su pie derecho. Cerca de los restos estaba su andador, con los mangos de plástico todavía intactos. Al parecer, el Dr. Bentley era un fumador empedernido y bastante descuidado de pipa. En su armario se encontró ropa con quemaduras de tabaco.

Se ha recurrido a la combustión espontánea humana en las obras de ficción, como Charles Dickens en su novela La casa desolada (1853), lo que atrajo la atención sobre el fenómeno. La serie de televisión Picket Fences incluyó un episodio en el que un personaje habitual moría de esta forma. El experimento del efecto mecha fue reconstruido en el episodio Face Lift de la serie de televisión CSI Las Vegas.

La película Combustión espontánea, de 1990, protagonizada por Brad Dourif hace referencia a muchos hechos que han sido advertidos en casos de combustión espontánea, atribuyéndose la causa del fenómeno a envenenamiento por radiación. También aparece en un episodio de la serie de televisión Expediente X.


¿Crimen encubierto?

No es extraño que un criminal intente quemar a su víctima con la intención de encubrir el asesinato y eliminar pruebas. En el caso de Nicolle Millet en 1725, su marido fue detenido y condenado en primera instancia, aunque luego fue absuelto. Al parecer, la policía sospechó inmediatamente de él al saber que mantenía una relación amorosa con una criada. Además, parte del cuerpo se encontró en la cocina, donde parte del suelo también había sido quemado.

Otro caso, el de la condesa von Görlitz, ocurrido en 1847, también se puede englobar en esta categoría. El conde Gorlitz llegó a casa y no pudo encontrar a su esposa. Cuando se forzó la puerta de su habitación privada se halló su cuerpo parcialmente incinerado. La habitación había sufrido daños por el fuego y estaba desordenada, con una puerta y las ventanas rotas. Surgió la duda de si esta muerte, en una habitación aparentemente cerrada, había sido provocada por la combustión espontánea. Tres años después, un hombre llamado Stauff, antiguo sirviente de la condesa, fue acusado de su asesinato. Fue arrestado y confesó que había ido a la habitación de la condesa y que al ver joyas y dinero allí sintió tentaciones. La condesa regresó inesperadamente y le sorprendió con las manos en la masa. En la subsiguiente pelea, Stauff la estranguló. Para encubrir su crimen, amontonó objetos combustibles sobre el escritorio y les prendió fuego. Su intención fue destruir toda la habitación. Fue condenado.


¿Explicación científica?

Uno de los principales argumentos utilizados por los defensores de una causa paranormal de la combustión humana espontánea es que el cuerpo humano está compuesto principalmente por agua, 75 % a 65 %, por lo que no arde muy bien. Sin embargo, en muchos casos de combustión espontánea, los cuerpos de las víctimas fueron reducidos a cenizas. Para llegar el cuerpo a tal estado se necesitan temperaturas de más de 1.700°C. Incluso en los modernos crematorios, que trabajan con temperaturas de 870-980 °C, los huesos no se consumen completamente y deben ser molidos.

El mayor problema que aparece al estudiar las alegaciones de combustión espontánea es la falta de datos. En la mayoría de los casos no se cuenta con datos forenses o investigaciones detalladas y, en muchos casos se carece de información tan básica como el nombre de la víctima o la fecha del suceso. En los casos en los que se cuenta con descripciones detalladas y fiables aparecen una serie de elementos comunes:

El fuego suele estar localizado en el cuerpo de la víctima. Los muebles y electrodomésticos cercanos a la víctima suelen quedar intactos. Los alrededores de la víctima sufren poco o ningún daño.

La zona alrededor de la víctima y, a veces el resto de la habitación, se encuentra cubierta de un hollín grasiento.

El cuerpo de la víctima suele quedar mucho más quemado que en un incendio convencional. Las quemaduras, sin embargo, no se distribuyen uniformemente por todo el cuerpo. El torso suele quedar muy gravemente dañado, a veces reducido a cenizas, pero las extremidades de las víctimas a veces quedan intactas o poco dañadas.

Todos los casos ocurren en el interior de edificios.

Casi siempre las víctimas tienen algún problema de movilidad (invalidez, sobrepeso...) o se encuentran incapacitadas (consumo de alcohol, barbitúricos...).

En todos los escenarios hay alguna posible fuente externa de ignición.

Nunca hay testigos oculares del momento del suceso.

Las víctimas son encontradas un largo tiempo después de ser vistas con vida por última vez (típicamente más de 6 horas).

Las víctimas, en los casos citados, tienden a ser adultos mayores.

Las explicaciones racionales de estos sucesos se engloban en dos categorías básicas: crímenes y efecto mecha.


El efecto mecha

A pesar del nombre de “espontánea”, lo cierto es que nunca ha habido testigos presenciales del momento de la ignición y en todos los casos con suficiente información transcurrieron varias horas desde que la víctima fue vista por última vez y el descubrimiento del cadáver. El efecto mecha fue propuesto por D. J. Gee en 1965 como explicación de la muerte de una mujer.

El efecto mecha, o efecto vela, se produce cuando la ropa de la víctima se prende con alguna fuente de ingnición externa. Si se dan las condiciones adecuadas, este primer fuego quema la piel y empieza a derretir la grasa corporal. Esta grasa es absorbida por la ropa, que actúa como la mecha de una vela, alimentando el fuego de forma constante durante horas. La grasa humana arde a 215 °C aunque, si está embebida en una mecha puede arder a una temperatura menor. Aunque esta temperatura es mucho menor que la utilizada en hornos crematorios, en estos la temperatura está optimizada para incinerar un cuerpo en poco tiempo, y temperaturas menores pueden conseguir el mismo efecto si actúan durante bastante tiempo.

J. D. De Haan del Instituto Criminalista de California, un experto forense en incendios y autoridad sobre el efecto mecha, ha estudiado, explicado y reproducido el efecto con éxito y divulgado sus experimentos en documentales para la BBC y el canal National Geographic. Realizó para la BBC un experimento con un cerdo, llegando a arder durante más de siete horas y reduciéndose a cenizas. La simulación tenía todas las características de la combustión humana espontánea: fuego altamente localizado, cuerpo severamente quemado, y objetos circundantes no quemados. Pero se ha puesto en duda la validez de esta prueba.


¿Hecho paranormal?

Existen multitud de explicaciones de diversa índole que son rechazadas por la ciencia, bien por recurrir a elementos mágicos o por estar en contradicción con los conocimientos actuales. Estas engloban desde la intervención divina, ampliamente difundida en los siglos XVIII y XIX, el aumento de combustibilidad por consumo de alcohol, partículas exóticas, energías místicas, intervenciones de espíritus, etc.

Hay explicaciones pseudo científicas como el fuego por descarga estática. Esta teoría afirma que bajo ciertas circunstancias la electricidad estática sube hasta niveles tan peligrosos en el cuerpo humano que una descarga en forma de chispa puede prender las ropas. El límite inferior para que una descarga eléctrica pueda ser percibida por un ser humano es de 3000 voltios. Caminar por una alfombra puede crear una diferencia de potencial de 1.500 a 35.000V. Las descargas de electricidad estática pueden prender los gases de hidrocarburos en las gasolineras, y son una de las posibles causas de explosiones en las mismas. El 70% de estos sucesos ocurren en un clima frío y seco, que favorece la carga de electricidad estática. El fenómeno de enormes cargas estáticas en cuerpos humanos fue advertido por primera vez por el profesor Robin Beach del Instituto Politécnico de Brooklyn. El profesor Beach creía que alguna persona podía llegar a acumular la suficiente carga estática como para prender materiales inflamables al contacto con su cuerpo. Aunque propuso esto como una posible causa para los casos de combustión espontánea, Beach no creía que hubiera una relación con la presunta combustión espontánea genuina, puesto que ninguna forma conocida de descarga electrostática podría hacer que los tejidos de cuerpo humano ardiesen. Sí creía que una descarga estática lo suficientemente fuerte podía provocar la ignición de polvo o pelusa en la ropa.

John E. Heymer da en su libro The Entrancing Flame dos ejemplos de supervivientes de descargas estáticas potencialmente fatales, ambos con testimonios oculares. Heymer sugiere que en estas personas con desequilibrios emocionales, un proceso psicosomático puede disparar una reacción en cadena liberando hidrógeno y oxígeno dentro del cuerpo, detonando una reacción en cadena de explosiones mitocondriales. Las teorías de Heymer han encontrado muy poco apoyo.


Larry Arnold es un investigador privado, que ha dedicado una gran parte de su tiempo a la controversia de la combustión espontánea. Es el director de una organización llamada "Parascience International". En su libro de 1995 sobre la combustión espontánea titulado Ablaze! (¡En llamas!) especula con la existencia de una partícula subatómica aún desconocida a la que se refiere como pyroton, que sería emitida en los rayos cósmicos. Normalmente esta partícula pasaría a través del cuerpo sin interactuar con él, como un neutrino, pero ocasionalmente, al colisionar con un núcleo celular podría desatar una reacción en cadena que destruye el cuerpo por completo. Las reacciones frente a su teoría son casi unánimemente negativas.

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